Le pedí que
se sacara el antifaz; no quiso. Seguimos bailando abrazados, cada vez más
juntos, cuerpo a cuerpo, apretados. No hablamos. Ella podía mirarme, ver en mis
ojos el deseo. Yo no la podía ver como quería.
Pensé
arrancarle el antifaz, pero no, hubiera sido una agresión. Opté por
esperar. Adiós, decía mi fantasma. Sin
esperanza continué aferrado a su cuerpo. Seguimos bailando fuertemente
abrazados, susurrándonos al oído, diciéndonos cosas, y mi impaciencia le pidió
que saliéramos del salón en busca de privacidad. Sin respuesta, volví a
implorarle se sacara el antifaz. Nada.
Mi
imaginación vio unos enormes y hermosos ojos azules que impulsaron mi
fantasía para soñar por un momento un
rostro bellísimo dando color a sus rasgos.
Le pedí
amor, que nos miráramos sin escondernos. Pensé cuán amarga es la primera noche
en que te enamoras y no tienes respuesta. Persistí en mis ruegos, y en silencio
nos retiramos del salón. Juntos caminamos en busca del amor y después, sin
haberse quitado el antifaz, sin haber podido ver sus ojos, huyó sin palabras.
La seguí
ciego bajo la lluvia, como un espectro fascinante sin esperanza de volver a vivir
ese primer encuentro, aun cuando fue nada más que una primera y única
noche. Quería poseerla y comprobé cuánto
esfuerzo demanda mi deseo… y entonces volví a preguntarme ¿por qué toda primera
noche es amarga?
* Trabajo
realizado a partir de tres versos del poema “São Paulo revisited” de Mario
Trejo
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