ACERCA DEL LECTOR

(fragmentos de “La historia de la literatura como provocación de la ciencia literaria” en La literatura como provocación de Hans Robert Jauss. Barcelona, Península, 1976)

La calidad y la categoría de una obra literaria no provienen ni de sus condiciones de origen biográficas o históricas ni tampoco meramente del puesto que ocupan en la sucesión del desarrollo de los géneros, sino de los criterios, difíciles de captar, de efecto, recepción y gloria póstuma. “La obra vive mientras ejerce un efecto. En el efecto de la obra se incluye lo que se realiza tanto en el consumidor como en la obra misma. Aquello que sucede con la obra es una expresión de lo que la obra es (…). La obra es una obra y vive como una obra porque exige una interpretación y actúa en muchos significados” (citado de K. Kosík: Die Dialektik des Konkreten).
También el crítico que emite su juicio acerca de una nueva manifestación, el escritor que concibe su obra frente a las normas positivas o negativas de una obra precedente y el historiador de la literatura que clasifica una obra en su tradición y la explica históricamente, son primeramente lectores, antes de que su relación reflexiva con respecto a la literatura pueda volver a resultar productiva. En el triángulo formado por autor, obra y público, este último no es sólo la parte pasiva, cadena de meras reacciones, sino que a su vez vuelve a constituir una energía formadora de historia. La vida histórica de una obra no puede concebirse sin la participación activa de aquellos a quienes va dirigida.

La recepción de una obra por el lector incluye ya una comprobación del valor estético en comparación con obras ya leídas. Dicha recepción prosigue y puede enriquecerse de generación en generación en una serie de recepciones; con ello decide también acerca de la importancia histórica de una obra.
Una obra literaria, aun cuando aparezca como nueva, no se presenta como novedad absoluta en un vacío informativo, sino que predispone a su público mediante anuncios, señales claras y ocultas, distintivos familiares o indicaciones implícitas para un modo completamente determinado de recepción. Suscita recuerdos de cosas ya leídas, pone al lector en una determinada actitud emocional y, ya al principio, hace abrigar esperanzas que en el curso de la lectura pueden mantenerse o desviarse, cambiar de orientación o incluso disiparse irónicamente, con arreglo a determinadas reglas de juego del género o de la índole del texto. El nuevo texto evoca para el lector el horizonte de expectativas que le es familiar de textos anteriores y las reglas de juego que luego son variadas, corregidas, modificadas o también sólo reproducidas.

La función social de la literatura se hace manifiesta allí donde la experiencia literaria del lector entra en el horizonte de expectativas de la práctica de su vida, preforma su comprensión del mundo y con ello repercute también en sus formas de comportamiento social.
La experiencia de la lectura puede librarle al lector de adaptaciones, prejuicios y situaciones constrictivas de la práctica de su vida, obligándole a una nueva percepción de las cosas. El horizonte de expectativas de la literatura no sólo conserva experiencias hechas, sino que también anticipa la posibilidad irrealizada, ensancha el campo limitado del comportamiento social hacia nuevos deseos, aspiraciones y objetivos y con ello abre caminos a la experiencia futura. La relación entre literatura y lector puede actualizarse tanto en el terreno sensorial como estímulo para la percepción estética, como también en  el terreno ético como exhortación a la reflexión moral. La nueva obra literaria es acogida y juzgada tanto contra el fondo de otras formas artísticas como ante el fondo de la experiencia cotidiana de la vida. 

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