RELATIVO, de Guillermina Piñeyro


La luna era un óvalo verdoso. ¿Un óvalo verdoso la luna? Yo la veía así, detrás del arco perfecto de ese ser doblado en un semicírculo, suspendido en el vacío como si lo sostuvieran hilos invisibles.
Las piernas juntas pegadas una con la otra, los brazos extendidos y separados en un ángulo agudo y la cabeza erguida entre ambos.
Un minuto, solo un minuto permanecería así en el aire sobre el fondo verde azulado de un cielo increíble.
Me pareció surrealista la escena, con ese mar embravecido allá abajo y las olas gigantescas estrellándose contra las rocas impávidas, que por siglos las habían desafiado.
¿Fue solo un minuto? ¿Pude pensar tantas cosas en un minuto?  
¿Y en ese mismo tiempo sentir también el terror de que su clavado no tuviera éxito?
¡Como pude estar allí expuesta a tantos sentimientos que solamente duraban un minuto!
¿Llevó también un minuto, allí sobre el acantilado en esa noche de luna ovalada y verdosa, acordar los términos del desafío?
– Linda luna para un clavado, miren el agua burbujeante allá abajo –dijo Hernán.
– ¿Estás loco? ¿Te animarías acaso? –preguntó Álvaro.
– Lo hice tantas veces.
– ¡Pero nunca de noche­! –acotaron.
Y fue el bastardo de Hugo que nunca puede con su instinto perverso y que por más de un motivo quiere a Hernán fuera de su camino, sobre todo en lo que respecta a mí, quien le hizo el ofrecimiento.
– Mi porsche nuevo, si te animás.
– Hecho.
 Y se dieron la mano en el silencio cómplice y tal vez homicida del grupo. Hasta yo, incrédula, callé. Parecía disociada de la realidad.
…Y allá fue el inocente, el osado, el confiado en sí mismo, en ese salto increíblemente hermoso de tan solo un minuto, un minuto que podía depararle la vida o la muerte.
Me llevó otro tanto, pero esta vez eterno, el saberlo…