HABEMUS PAPA de Jaime Kovensky

Uno, con las manos apoyadas en el alfeizar de la ventana que da al jardín, mantiene la vista fija en el portón de entrada. Su rostro denota impaciencia y sus dedos tamborilean sobre la madera gastada.
– Va a llegar de un momento a otro, quedate tranquilo, vos sabés que siempre viene.
A pesar de la frase recién pronunciada Dos también se siente intranquilo y camina recorriendo de ida y vuelta una línea imaginaria que va desde la ventana hasta el sillón negro que se ubica en el fondo de la habitación.
Tres permanece tumbado en la cama con las manos entrelazadas bajo su cabeza silbando una marcha marcial.
Cuatro, sentado frente al televisor, mira un programa en vivo donde una persona encerrada en un cubículo de vidrio contesta preguntas realizadas por el conductor.
Se llaman de esta forma numérica desde que decidieron hace ya muchos años ser el grupo de “los sobrinos”. En realidad esta condición no es más que el producto de tener un tío en común. Este es un hombre peculiar, de mediana estatura y rasgos bondadosos que posee modos extremadamente suaves. A pesar de saber que está loco, lo quieren entrañablemente.
Comenzaron a suponer lo de su locura tiempo atrás, cuando el tío dejó de vestirse con sus acostumbrados jeans y camisas escocesas, para usar siempre un traje negro, un clériman gris y un cuello romano blanco. Por esa época les decía que estaba terminando el seminario y en poco tiempo sería ordenado sacerdote.
Pero la certeza absoluta de que había perdido totalmente el juicio la tuvieron aquel día en que apareció con sotana. Ante la pregunta de Uno sobre si tenía novia, les explicó el significado de sus votos y la cuestión del celibato.
– ¿Vos, tío, nos querés decir que nunca más vas a tocar a una mujer? –le preguntó Tres mientras ahogaba una carcajada.
– Así es –contestó el tío asintiendo al mismo tiempo con la cabeza.
– Bueno, pero entonces te harás algunas pajas –le dijo Dos en un tono tan irreverente que los otros lo fulminaron con la mirada.
– El celibato, mis queridos, es un don que implica la renuncia a los placeres carnales y permite que todo mi amor pueda entregárselo a Cristo y a sus fieles.
Los sobrinos se miraron atónitos. Cuando quedaron solos rieron de las ocurrencias de su tío. Cuatro, que tenía dotes histriónicas excepcionales, lo imitó exagerando su mesura y haciendo gestos masturbatorios mientras repetía “renuncia a los placeres carnales”.
– Ahí viene –anuncia Uno gritando y agita los brazos en alto para que el tío lo vea mientras atraviesa el jardín.
Esta vez vino ataviado con una sotana morada, porque según les explicó, a poco de entrar y luego de los saludos de rigor, ahora era Cardenal. 
Dos, acercándose a la oreja de Cuatro, le murmuró:
– Ahora se cree un pajarito. Va de mal en peor el pobre.
El tío, sin prestar atención a estos comentarios, continuó explicándoles que el Santo Padre había muerto, por lo que debía irse a Roma a participar de sus exequias y del Cónclave para la elección del nuevo Papa.
Todos se quedaron en silencio por un momento pero luego, con la seguridad de que esto era una nueva chifladura del querido tío, comenzaron a charlar animadamente como lo hacían siempre que los visitaba.

Pasados cuatro días desde el comienzo del Cónclave del Colegio Cardenalicio, la chimenea de la fumata despide humo blanco. Habemus Papa, anuncia el Cardenal Protodiácono a la multitud congregada en la plaza del Vaticano. Todas las miradas se fijan en el balcón central de la Basílica de San Pedro.

En el pabellón 34 del Hospital Borda cuatro internos que comparten un dormitorio y se hacen llamar “los sobrinos” miran la televisión esperando que comience un programa donde mujeres semidesnudas hacen el baile del caño. De pronto la programación se interrumpe y aparece un sacerdote vistiendo una sotana blanca cubierta con la casulla dorada, llevando una mitra de igual tono en su cabeza y un báculo en su mano. Cuando la cámara acerca la imagen y el rostro del nuevo Papa ocupa toda la pantalla, los cuatro gritan al unísono: es el tío, es el tío.
Entre risas y exclamaciones, Uno, con el mismo gesto que tiene siempre que lo ve, dice:
– Vieron, los convenció a todos de que era cura nomás, qué fenómeno el tío.

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