– Yo que
vos aflojo. Dicen que las bolitas son gauchitas. Además se la ve limpia.
– No sé.
– ¿Sos
cagón? ¿Con los años te volviste puto? Mucho salir con tu hermano y te
contagió.
– ¡ Qué
pelotudo sos! ¿Si se entera la
Gladis ?
– No se va
a enterar. Acá todos tumba.
– ¿Qué va a
llevar?
– Primero,
buen día. Un poco de educación no viene mal.
– Buen día,
doña. ¿Va a llevar algo?
– ¿A cuánto
está el bacalao?
– ¡Mire el
papel del precio!
– Muy caro.
– Adiós, doña.
Buen día. Que la pase bien con su marido.
– Gracioso.
– No sé.
Capaz que le doy. ¿Si se preña? Dicen que las mirás y chau... Lo hacen para
enganchar a un argento.
– Me llevo
un kilo de merluza. ¿Está fresca?
– Recién
bañadita.
– Fijate
que sean parejitos, son para el horno.
–
Par-e-ijitus y chucuchucuchuch...
– Guampa,
¿cómo estás?
– ¿Vos,
guampa?
– ¿ Te
quedó algo para mí de ayer? La bolita me regaló algunos duraznos y tomates
bastante lindos. Tiene buen corazón.
– Y culo.
– ¿Se lo
viste debajo de esa pollera larga?
– No sé
para qué son tan largas.
– Para mear
sin verle la “cosita”.
– ¿En la
calle?
– ¿Nunca
las viste?
– Ojo, te
está mirando.
– ¿Quién?
– Guampa,
no te metas. Me quedaron cartones, ¿te los llevás?
– Con ese
olor a pescado. Metete los cartones en el...
– Pará con
la boquita.
– Estúpido.
– Estúpido
vos. Andá a juntar cartones a otro lado.
– Estúpído.
– Sigue
este viejo de mierda. Te voy a romper la jeta.
– No te
vayas del tema. Volviendo a la
Rosita. Ahí viene.
– Juan, me
voy. Que tengas un buen día y mejor tardecita.
– Hola,
buena moza. ¡Qué ojos! Negros profundos. Cuánto daría por penetrar en ellos y
encontrar sus secretos.
Chau,
Juancito. ¿Tenés forros? Con esos no se preñan ni estas. Está regalada, macho.
Viste el dicho a caballo: en este caso, a yegua regalada no se le...
– Salí ,
boludo.
– Rosita,
disculpe. ¿Qué necesita?
– Le quería
preguntar, Don Juan, si usted tendría monedas de un peso para facilitarme. Me
he quedado con ninguna y usted sabe que los clientes...
– Tome. No
me dé el cambio. Después paso por unos limones.
– Gracias
Don Juan, usted siempre tan amable y considerado. Muchas gracias.
– De nada
señorita. Porque es señorita...
– Sí.
Señorita.
– En su
país habrá dejado a algún enamorado...
– No, qué
más. Sí, dejé a mis padres y hermanos, con mucha tristeza.
– Perdón
que interrumpa. Juan, ¿me fiás unos camarones?
– Me debés
de la semana pasada una merluza.
– Te pago
el sábado. ¿No sabés qué número salió?
– El 04.
– La cama.
¿Lo agarraste?
– Ni ahí. ¿La
cama?
– 04. La
cama.
– Ya te
entendí, boludo.
– ¿Se la
querés dar a alguna?
– ¿Por qué?
– Repetiste
la cama dos veces. ¿A quién? ¿De acá? Te pusiste colorado. ¿La esposa del
Tucho?
– No,
boludo. Con la cuchilla me la corta en fetas.
– ¡Qué
dolor! Después hace embutidos con ella.
– Tiene
para dos o tres kilos.
– Se
agrandó Chacarita.
– Don Juan,
¿tiene mejillones?
–
Congelados.
– Pero no
tienen gusto...
– No los
lleve. A la bolita.
– ¿Qué
bolita? No te puedo creer. ¿Le dijiste algo?
_ No. Se la
pasa mirándome. Viene por cualquier pelotudez. No me mira a los ojos. Baja la
vista y ya la encontré dos o tres veces con la vista fija en el bulto.
– Ja. No te
puedo creer.
– ¿No sabés
decir otra cosa? NO TE PUEDO CREER.
– Es que no
te puedo...
– Basta. Me
calienta con esa carita de yo no fui. Siempre diciendo: Disculpe Don Juan,
usted tan amable Don Juan, usted tan considerado Don Juan. ¿Por qué no me la
pone, usted que es tan amable y considerado?
– ¿Te lo
dijo?
– No,
boludo. No con palabras pero...
– No te
puedo creer. ¿Y querrá conmigo también?
– No sé.
Primero dejame a mí y después le pregunto. No creo que tenga problema. Viste
cómo son.
– ¿De qué
hablan ustedes dos? Después no tienen plata para pagar el alquiler.
– Doña
Catalina, ¿cómo está?, ¡qué alegría verla!
– Juancito,
después seguimos charlando.
– Sí, vos
escapate que después paso por la panadería.
– Juan, es
18 y ni miras del alquiler.
– Doña,
mire, tengo el boliche vacío. ¿Qué quiere que haga? Ni un mango.
– Te espero
hasta el 25. Si no, te mandás a mudar. Tengo una cola para alquilar. Hoy nomás
vino uno que quiere poner una pollería. Pensalo. Si no van bien las cosas...
– ¿Qué
cosas?
– ¿En qué
estás pensando muchacho? Esta juventud está perdida. No quieren trabajar. Hasta
quieren irse de vacaciones. En mi época, el sacrificio era lo primero. Ahora el
celular, el auto... Están todos perdidos. El 25 o te vas...
A las tres
cierro. Total no viene nadie y voy de la Rosita a pedirle los limones... No puedo dejar de
pensar. La culpa es de Pedro que me da manija. Y yo soy solo un hombre con
necesidades. Ella me mira siempre ahí abajo. Espero que no se desilusione.
Tampoco es gran cosa.
– Doña
Rosita, ¿cerró?
– No, Don
Juan, pase. ¿Viene por los limones?
– Y algo
más…
– ¿Qué
necesita? Don Juan, usted siempre tan educado y caballero. No es como los
demás. Como el señor Pedro o el panadero. Son gentes muy groseras que siempre
están con malos pensamientos y creen que porque una es una inmigrante no tiene
moral y buenas costumbres. Yo creo mucho en diosito que me protege y siempre le
pido que me mande a un hombre como usted. Tan considerado y que quiere tanto a
su esposa y a sus hijos que sería incapaz de engañarles en su buena fe. Bueno,
no lo entretengo más con estas palabras. ¿Qué otra cosa quiere, mi querido
amigo Don Juan?
– No. Solo
un kilito de papas que me pidió la
Gladis para la cena.
¡Muy bien caracterizado! Ja, ja. Y lo digo yo, que soy una "bolita" Ja, ja.
ResponderEliminarNo hacen falta descripciones, me imaginé "la feria"
¡Felicitaciones!