LA FERIA, de Eleonora Delfino


– Yo que vos aflojo. Dicen que las bolitas son gauchitas. Además se la ve limpia.
– No sé.
– ¿Sos cagón? ¿Con los años te volviste puto? Mucho salir con tu hermano y te contagió.
– ¡ Qué pelotudo sos! ¿Si se entera la Gladis?
– No se va a enterar. Acá todos tumba.
– ¿Qué va a llevar?
– Primero, buen día. Un poco de educación no viene mal.
– Buen día, doña. ¿Va a llevar algo?
– ¿A cuánto está el bacalao?
– ¡Mire el papel del precio!
– Muy caro.
– Adiós, doña. Buen día. Que la pase bien con su marido.
– Gracioso.
– No sé. Capaz que le doy. ¿Si se preña? Dicen que las mirás y chau... Lo hacen para enganchar a un argento.
– Me llevo un kilo de merluza. ¿Está fresca?
– Recién bañadita.
– Fijate que sean parejitos, son para el horno.
– Par-e-ijitus y chucuchucuchuch...
– Guampa, ¿cómo estás?
– ¿Vos, guampa?
– ¿ Te quedó algo para mí de ayer? La bolita me regaló algunos duraznos y tomates bastante lindos. Tiene buen corazón.
– Y culo.
– ¿Se lo viste debajo de esa pollera larga?
– No sé para qué son tan largas.
– Para mear sin verle la “cosita”.
– ¿En la calle?
– ¿Nunca las viste?
– Ojo, te está mirando.
– ¿Quién?
– Guampa, no te metas. Me quedaron cartones, ¿te los llevás?
– Con ese olor a pescado. Metete los cartones en el...
– Pará con la boquita.
– Estúpido.
– Estúpido vos. Andá a juntar cartones a otro lado.
– Estúpído.
– Sigue este viejo de mierda. Te voy a romper la jeta.
– No te vayas del tema. Volviendo a la Rosita. Ahí viene.
– Juan, me voy. Que tengas un buen día y mejor tardecita.
– Hola, buena moza. ¡Qué ojos! Negros profundos. Cuánto daría por penetrar en ellos y encontrar sus secretos.
Chau, Juancito. ¿Tenés forros? Con esos no se preñan ni estas. Está regalada, macho. Viste el dicho a caballo: en este caso, a yegua regalada no se le...
– Salí , boludo.
– Rosita, disculpe. ¿Qué necesita?
– Le quería preguntar, Don Juan, si usted tendría monedas de un peso para facilitarme. Me he quedado con ninguna y usted sabe que los clientes...
– Tome. No me dé el cambio. Después paso por unos limones.
– Gracias Don Juan, usted siempre tan amable y considerado. Muchas gracias.
– De nada señorita. Porque es señorita...
– Sí. Señorita.
– En su país habrá dejado a algún enamorado...
– No, qué más. Sí, dejé a mis padres y hermanos, con mucha tristeza.
– Perdón que interrumpa. Juan, ¿me fiás unos camarones?
– Me debés de la semana pasada una merluza.
– Te pago el sábado. ¿No sabés qué número salió?
– El 04.
– La cama. ¿Lo agarraste?
– Ni ahí. ¿La cama?
– 04. La cama.
– Ya te entendí, boludo.
– ¿Se la querés dar a alguna?
– ¿Por qué?
– Repetiste la cama dos veces. ¿A quién? ¿De acá? Te pusiste colorado. ¿La esposa del Tucho?
– No, boludo. Con la cuchilla me la corta en fetas.
– ¡Qué dolor! Después hace embutidos con ella.
– Tiene para dos o tres kilos.
– Se agrandó Chacarita.
– Don Juan, ¿tiene mejillones?
– Congelados.
– Pero no tienen gusto...
– No los lleve. A la bolita.
– ¿Qué bolita? No te puedo creer. ¿Le dijiste algo?
_ No. Se la pasa mirándome. Viene por cualquier pelotudez. No me mira a los ojos. Baja la vista y ya la encontré dos o tres veces con la vista fija en el bulto.
– Ja. No te puedo creer.
– ¿No sabés decir otra cosa? NO TE PUEDO CREER.
– Es que no te puedo...
– Basta. Me calienta con esa carita de yo no fui. Siempre diciendo: Disculpe Don Juan, usted tan amable Don Juan, usted tan considerado Don Juan. ¿Por qué no me la pone, usted que es tan amable y considerado?
– ¿Te lo dijo?
– No, boludo. No con palabras pero...
– No te puedo creer. ¿Y querrá conmigo también?
– No sé. Primero dejame a mí y después le pregunto. No creo que tenga problema. Viste cómo son.
– ¿De qué hablan ustedes dos? Después no tienen plata para pagar el alquiler.
– Doña Catalina, ¿cómo está?, ¡qué alegría verla!
– Juancito, después seguimos charlando.
– Sí, vos escapate que después paso por la panadería.
– Juan, es 18 y ni miras del alquiler.
– Doña, mire, tengo el boliche vacío. ¿Qué quiere que haga? Ni un mango.
– Te espero hasta el 25. Si no, te mandás a mudar. Tengo una cola para alquilar. Hoy nomás vino uno que quiere poner una pollería. Pensalo. Si no van bien las cosas...
– ¿Qué cosas?
– ¿En qué estás pensando muchacho? Esta juventud está perdida. No quieren trabajar. Hasta quieren irse de vacaciones. En mi época, el sacrificio era lo primero. Ahora el celular, el auto... Están todos perdidos. El 25 o te vas...

A las tres cierro. Total no viene nadie y voy de la Rosita a pedirle los limones... No puedo dejar de pensar. La culpa es de Pedro que me da manija. Y yo soy solo un hombre con necesidades. Ella me mira siempre ahí abajo. Espero que no se desilusione. Tampoco es gran cosa.

– Doña Rosita, ¿cerró?
– No, Don Juan, pase. ¿Viene por los limones?
– Y algo más…
– ¿Qué necesita? Don Juan, usted siempre tan educado y caballero. No es como los demás. Como el señor Pedro o el panadero. Son gentes muy groseras que siempre están con malos pensamientos y creen que porque una es una inmigrante no tiene moral y buenas costumbres. Yo creo mucho en diosito que me protege y siempre le pido que me mande a un hombre como usted. Tan considerado y que quiere tanto a su esposa y a sus hijos que sería incapaz de engañarles en su buena fe. Bueno, no lo entretengo más con estas palabras. ¿Qué otra cosa quiere, mi querido amigo Don Juan?
– No. Solo un kilito de papas que me pidió la Gladis para la cena.

1 comentario:

  1. ¡Muy bien caracterizado! Ja, ja. Y lo digo yo, que soy una "bolita" Ja, ja.
    No hacen falta descripciones, me imaginé "la feria"
    ¡Felicitaciones!

    ResponderEliminar