DOBLE APELLIDO de María Isabel Cánepa

Y entonces mi madre que tenía esta idea de las conveniencias comenzó a perseguirme para que no viera más a Rubén ni a sus compañeros anarquistas (si estuviera acá, vos lo conocés, ya lo oigo: “no uses para nosotros categorías que definen a otros”). Ella temía que los vecinos del edificio me vieran caminando con “esos crotos maleducados”. Todo el prestigio de nuestra familia se hubiera caído. Por eso, y no por las estafas que mi padre pagaba en la cárcel. Para librarme, usé la estrategia de mentirle y pedir a mis amigas que confirmaran los itinerarios y excusas que inventaba. Paradójicamente, la relación con mamá se hizo más estrecha: si antes cruzábamos pocas palabras, cuando se propuso alejarme de “esos descastados que quieren llevarte por el mal camino”, a veces nos pasábamos hablando media hora. Hasta me acariciaba el pelo. Al principio me costaba mucho sonreír para hacer creíbles mis historias, después me salía naturalmente. De ningún modo podía hacer partícipe a Rubén de todo este montaje.  Él jamás hubiera avalado un engaño, lo consideraba “una herramienta de los explotadores”. Rubén admiraba a pensadores libertarios y creía imitarlos. Si en cuanto a temas sociopolíticos los teóricos radicales tienen ojos ideológicamente sesgados, él aplicaba sus doctrinas a situaciones de la vida cotidiana. Era rígido. No sonrías, ahora es  más flexible. Cualquier mínima desviación de la conducta que se había propuesto seguir, lo hacía ponerse furioso sin llegar, por supuesto, a la autoflagelación, a la que consideraba “el sadomasoquismo aprobado por la curia”. Supongo que así pudo contar con un modelo de vida ante la atroz indiferencia de sus padres. Te cuento todo esto para que comprendas que algunas personas cambian de actitud por motivos absolutamente banales, no vale la pena preocuparse tanto. ¿Vos sabías que Rubén se sacó el segundo apellido, Etchebarne? Desde la mayoría de edad, en su DNI aparece como Rubén Salas. Unos años antes, mamá había encontrado la cédula de Rubén debajo de un sillón. Quedó demudada, no paraba de repetir en voz alta “Rubén Salas Etchebarne”. Se enojó conmigo, ¿cómo le había ocultado que Rubén era de “una de las mejores familias”? ¿Por qué  hice mención únicamente a sus aficiones políticas? Aunque parezca mentira, de la noche a la mañana, puso toda su energía para  diseñar esa trama infalible que yo debía tejer para que Rubén cayera rendido a mis pies, por eso las arañas me resultan tan repugnantes, tan manipuladoras. Yo quería estar todo el tiempo atenta a lo que pasaba dentro mío, que nadie me presionara, así que me fui un fin de semana largo a Chascomús con una amiga. Mi queridísima madre aprovechó la ocasión para invitar a Rubén a casa a tomar el té con el pretexto de darle su cédula. Rubén ni se imaginaba lo que lo esperaba: un interrogatorio digno de un juez de instrucción para saber no sólo acerca de nuestras salidas en los últimos meses, sino también de sus intenciones para el futuro. ¿Y qué pudo haber pasado? Rubén creyó que me había ido para dejar que mi madre hiciera lo que  no me atrevía a hacer. Huyó espantado. Yo me enojé mucho con él y nos distanciamos. Mamá tomó su alejamiento como un desafío personal. Había que acercarse a los Salas Etchebarne como fuera. Buscó en la guía, caminó la cuadra en que vivían los padres de Rubén para observar el frente de su casa. No sé cómo averiguó el servicio de qué confiterías preferían. Una tarde invitó a la madre de Rubén a tomar el té. Gastó en eso nuestro presupuesto semanal. Cuando protesté por la paupérrima cena, me dijo: “puedo comer durante días esta sopa de abrojo, esta sopa de arena, pero vos te vas a casar con un Salas Etchebarne como que hay Dios”. Si algo faltaba para alejarme de Rubén era eso. Parece que su madre empezó a hablarle de mí. Y para él, todo lo que provenía de alguno de sus padres era mala palabra. Al final, las dos comadres se cansaron ante nuestra desidia y encontraron un terreno común para desahogarse por los disgustos que les dábamos. Resumiendo, ya libres, una noche nos encontramos de casualidad con Rubén y nos fuimos a tomar el café que nos debíamos. Por primera vez le hablé de frente y él se mostró más comprensivo. Terminamos riéndonos a carcajadas. Y acá estamos.

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