PRIMERA HISTORIA de Oscar Sánchez

Caminá, caminá, dejala que ella te siga. Despacio… Escuchá la música…, sentila; que sea parte tuya: la música, ella y vos. Sujétala suave y dale esa cadencia de ojos cerrados, dejala que sucumba en tus brazos y sujétala otra vez, que esté segura, que camine, que baile.
Ah… el tango; jamás pensé bailarlo y hoy, bueno, fue por ella. Me acerqué despacio, como quien se acerca a un fogón buscando calor y abrigo, y allí estaba.
– ¿Viniste?
Y tuve que aprender para poder tenerla. Y tuve que dejar de lado mis prejuicios.
Un día me dijo en la mitad de la pista: – Mirá, yo no sé lo que fue tu vida con otras mujeres, pero en el tango manda el hombre, así que o marcás o no bailo.
¡Qué mujer!, me dije. Me enamoré.
 Y hoy cada vez que puedo bailo; con ella, claro.
Caminá, caminá, dejá que ella te siga. El profesor es bueno y “La Viruta” es grande. El tango suena como ninguno, y pensar que yo bailaba… pero ¿tango? Qué sé yo. No era para mí. Esta mina milonguera… Como le digo siempre – Me metiste en tu cartera y no me dejaste salir.
Está bueno. ¿Serán los años que he vivido o el simple placer de bailar? Lo que cuenta es que al volver a casa caminando las calles de Barracas a la madrugada, la alegría me inunda y nada me cansa.
A esta altura de la soiree gané dos cosas: bailo tango y me enamoré. 

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