LLUVIA EN LA QUEBRADA, de Eduardo Chiossoni


El clima en la quebrada estaba bravo. Después de la siesta, desde el oeste se vino el agua… fuerte. La Jesusa Condomí apura su puntita de cabras para llegar pronto al corral, palo y piedra en el fondo del valle.
Las nubes corren, se empujan y engordan en el cielo gris y como un toldo plomizo van cubriendo el sol, dejando ver apenas una rayita celeste en el filo del cerro.
Llueve. Gruesas gotas comienzan a caer; primero espaciadamente, sonido sordo sobre la tierra sedienta abrasada por el sol de enero; después una cortina de agua que solo la deja ver unos metros adelante.
Falta un trecho para la bifurcación y está dudando: ¿le conviene seguir hasta el corral?
¿O mejor se llega a lo de su comadre, la Rosa Centurión, que tiene su ranchito a la orilla del monte de lapachos?
“En lo de la Rosa voy a poder capear la lluvia”, piensa, y cuando llega a la encrucijada, toma la huella de la derecha.
Empapada, Jesusa baja la barranquita y se prepara para vadear el arroyo, que a esta altura del temporal había ganado caudal y fuerza.
Una por una, vigila que sus cabras pasen sanas y salvas. Cuando todas pasan, ella cruza también.
La senda es un barrial y cada paso le cuesta más, pero la esperanza de un refugio para sus animales la impulsa.
Llegando a lo de la Rosa, le pica el aguijón de la curiosidad: El corral de palo a pique está abierto y las cabras de su vecina no se ven por ningún lado.
Mira hacia el ranchito y ve que no hay humo. Inquieta se lleva la mano a la cintura y acaricia el cabo del machete que la defiende de todo mal… hombre o bestia.
Se asoma al corral y se horroriza: Rosa y sus animales están muertos en un baño de sangre.
“Puma”, piensa, y de un tirón desprende el machete mientras con la otra mano enrolla su poncho en el antebrazo.
Desesperada, corre hacia sus cabras, pero antes de llegar oye el rugido que le hiela la sangre.
En la rama más baja de un lapacho, con el morro rojo como la muerte y ojos de fuego, está el terror agazapado.
Se miran unos instantes con sabor a eternidad, hasta que la bestia se deja caer con salto elástico.
Frente a frente, tiemblan ambos su miedo y su coraje.
Rosa quita de su frente los cabellos mojados y sus nudillos están blancos de tanto apretar la empuñadura de su acero.
Un trueno desgarra el silencio y vuelve a llover en la quebrada; la primitiva historia del hombre contra la bestia termina.
Desde esa tarde de tormenta hay un puma menos en la quebrada y Jesusa tiene otro cuero curtido para vender en el pueblo.

1 comentario:

  1. "tiemblan ambos su miedo y su coraje", qué buena imagen!...

    Y casi que se me pintan los cerros y una baguala, bien atras,
    pelea con la quena que se quiere dibujar.

    Me vi en el paisaje..., esta bueno!
    Vamos por otro tano!

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