EL HOMBRE de Eduardo A. Pizzini

Cuando llegó a la plaza por tercer día consecutivo, la gente se empezó a preocupar. El hombre, como se lo llamaba porque nadie lo conocía, llegaba y comenzaba con su ritual diario que duraba aproximadamente una hora.
Se ubicaba en el lugar de la plaza que estuviese libre de gente. Tenía alrededor de cincuenta años, era flaco, desgarbado, de pelo largo y entradas importantes. Traía puesto siempre lo mismo: unos pantalones negros y una campera azul marino con capucha, que le quedaba grande. Pero lo que más llamaba la atención era su bolso. No por su aspecto sino porque era el motivo de la curiosidad y también del temor de la gente. Llegaba a su lugar de la plaza, depositaba el bolso en el piso, se agachaba, lo abría y lo revisaba. Luego comenzaba a girar alrededor. Cada tanto interrumpía el andar, lo revisaba y continuaba.
Aclaro que su actitud era pacífica.
Así fue como comenzaron a surgir las distintas opiniones de los vecinos. Uno de ellos dijo: “yo llamé a la comisaría y me dijeron que no estaba haciendo nada malo”; otro opinó: “para mí está loco”. Los siguientes comentarios no distaban mucho: “Es un enfermo”, “pobre hombre ¿qué le pasará?”, “¿justo acá tiene que venir?”, “¿por qué no se lo llevan preso o a su barrio?” Infinitas opiniones. Mientras tanto el hombre continuaba con su extraño acto todos los días, a la misma hora, con sol, con frío o lluvia. Hasta que un día a un señor se le ocurrió decir: “¿alguien sabe qué lleva en ese bendito bolso?” Si los vecinos ya tenían miedo, ante esta pregunta se alteraron aún más. Se escucharon las siguientes respuestas: “Las cenizas de su esposa”, “es un terrorista, tiene una bomba”, “vende droga”, “billetes falsos”, “es un ladrón”, “es un delincuente”, “¡es un asesino!” También hubo gente que afirmaba que era “un enviado del diablo” y tampoco faltaron los que aseguraban que era “un extraterrestre”.
Lo cierto es que este hombre un día estaba girando alrededor de su bolso, como siempre, y fue abordado por un grupo de personas hostiles que lo insultaron y golpearon. Lo echaron sin contemplaciones al grito de: “¡Fuera de aquí!”, “¡este barrio es de gente sana!”, “¡fuera loco!”
Terminó ensangrentado, con pérdida de conocimiento y por supuesto hospitalizado. La policía, cómplice de la situación, solo atinó a decir que recibieron un llamado en el que les avisaban que había un hombre en malas condiciones a la salida del pueblo, al costado de la ruta. “No sabemos qué le pasó, nadie vio nada”, dijo el comisario. Los vecinos, contentos por haber sacado del pueblo a ese hombre peligroso, sellaron un pacto de silencio.
Lo cierto es que mientras el hombre era salvajemente golpeado y expulsado, su bolso quedó en la plaza en el mismo lugar donde él lo había dejado. A nadie le importó; solo querían deshacerse de su dueño.
Al otro día un niño jugaba en la plaza y su pelota cayó al lado del bolso. La levantó y no pudo evitar la curiosidad. Se acercó, abrió el bolso y se sonrió. De pronto un haz de luz brillante salió de adentro, giró en tirabuzón en torno al niño, luego se dirigió al cielo y se convirtió en una estrella.                                                          

2 comentarios:

  1. Excelente! Muy bueno, me encanta leer tus cuentos, espero el próximo.Te quiero

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  2. Hola Edu recien hoy pude leer tu cuento y me gusto tanto como cuando te lo escuche leer en el San Martin. Te felicito
    Ricardo V.

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